
En el escenario político actual, donde el espectáculo muchas veces pesa más que el servicio, se impone una pregunta necesaria: ¿Qué tipo de personas habitan la política? ¿Seguidores comprometidos o vividores oportunistas?
Ambos existen, y conviven en partidos, movimientos y estructuras estatales. Pero es crucial diferenciarlos.
El seguidor cree en un ideal, en una causa. Se levanta cada día con la convicción de que la política es una herramienta para transformar vidas. Trabaja sin esperar favores, cree en los valores y respeta el camino de la formación, la ética y el sacrificio.
El vividor, en cambio, ve la política como un atajo. No le interesa servir, sino servirse. Cambia de camiseta según sople el viento, promete sin intención de cumplir y se acomoda en la estructura como un parásito que solo busca beneficios personales.
Lamentablemente, en muchos sistemas políticos, los vividores tienen más visibilidad, porque hacen más ruido y saben cómo moverse. Pero son los seguidores –silenciosos, constantes, coherentes– quienes sostienen los procesos con dignidad.
Este artículo no busca señalar personas, sino llamar la atención sobre una realidad que erosiona la confianza ciudadana: la política se ha llenado de vividores, y necesita con urgencia más seguidores auténticos.
¿Quién tiene la culpa? Todos y nadie. Es un problema de cultura política, de educación cívica, de modelos de liderazgo. Pero también es una decisión personal. Porque, al final, cada político, cada militante, cada ciudadano elige si caminar como seguidor o vivir como vividor.
Y tú, lector, ¿qué eliges ser?